¿Dónde está el que no me deja ir?
El extrañamiento que me recuerda los mapas de los lugares que dejé
El extrañamiento es un ser pegajoso, distorsionado y astuto — a veces es mi enemigo. Él se sitúa en un lugar recóndito que no he podido descifrar, y es ahí donde mancha todo de un apego insoportable que no me permite existir en un solo lugar a la vez.
¿Cómo se arranca el extrañamiento?
¿A qué parte de mi cuerpo le debo suplicar para que se rinda a la voluntad de la cabeza — y no del corazón — para no quedarse atrapado en el pasado?
¿Cómo me obligo a dejar de romantizar lo que no soy, donde no estoy, con quien no estoy?
Hoy me pasó algo muy raro: extrañé mi casa. No la extrañé como extraño mi pelo corto, la extrañé como quien extraña su cobija favorita que dejó de ver un tiempo y reemplazó por otra, pero que cuando necesitó, la buscó y no estaba. Esa persona extraña con melancolía, con intriga de pensar qué hubiera pasado si la hubiera apreciado más, con un poco de culpa por no haberla buscado antes y no valorar la nueva que ahora tiene.
El ser pegajoso que invadió mi cuerpo en contra de mi voluntad hoy, a quien yo llamo mi extrañamiento, no fue material; él vino con una maleta cargada de sentimientos encontrados, contradicciones y emociones oprimidas. Hoy extrañé mi casa en sus pequeños detalles y en toda su complejidad; extrañé levantarme a la risa distante de Antonia cuando aún es muy temprano, el olor de la cocina mientras Lelis me hace el desayuno, los abrazos de mi mamá. Mi casa no es mi casa por su condición de ser casa, es mi casa por quienes la habitan y la transforman. Es mi casa por algo que va más allá de lo material. Incluso, llegué a extrañarme a la yo de enero que desde la comodidad de su cama estaba ansiosa por la nueva vida que le esperaba, que poco sabía que un viaje comienza en el momento que uno se lo empieza a soñar.
Pero como el extrañamiento es astuto, sabe que su tarea no termina hasta que la nostalgia cuente la historia a medias — cuando te hace extrañar eso que parece muy lindo a la distancia pero que desde cerca se pueden ver sus sombras y matices. Me quise arrancar el extrañamiento para estar en un lugar a la vez, y que la cabeza, los ojos, el corazón, el estómago y los pies se alineen en perfecta sintonía sobre el mismo punto cardinal.
Sin embargo, al rasgarme el pecho para examinar mi corazón, me di cuenta que no es un único pedazo de carne roja y jugosa — está hecho con pinceladas de todos los colores y texturas suaves y rugosas, cosido con los hilos más hermosos donde se ha roto, es una gran unión de materiales, formas, olores y sabores.
En ese complejo mosaico, entendí que al extrañamiento no lo debo antagonizar y debo aprender a abrirle un espacio, abrazarlo y renunciar a la idea de sentir desde el binarismo. Él es el recordatorio de que no vengo de un único lugar, que me construyo activamente recogiendo pedazos en el camino y que los acomodo como mejor pueda para formar un todo que solo yo puedo construir. El extrañamiento se ha convertido en un mapa que me muestra callejones sin salida que debo dejar atrás y del mismo modo, distintas rutas que no sabía que existían. Y aunque el extrañamiento me quiso hacer extrañar con culpa, miedo y remordimiento, me mostró la riqueza que hay en las dualidades, donde puede existir verdad en las contradicciones — entre querer estar en dos lugares a la vez, o bien extrañar pero dejar ir al mismo tiempo.
Al extrañamiento no lo quiero arrancar, lo quiero coser a mi corazón como parte de quien soy para que me recuerde que no tengo que estar en un solo lugar, sino que puedo habitar todos los que ya me habitan. Los mapas de los lugares que dejé, tanto física como emocionalmente, son el agua y la arcilla de la que estoy hecha.
El extrañamiento sigue ahí — pegajoso e incómodo. Pero ahora es distinto porque lo reconozco: no es mi enemigo, es mi espejo.
Mi extrañamiento es que vuelvas
Que lindo cuando se deja de correr, se acepta y se aprende a apreciar y a agradecer